Título: Colección permanente, siete nuevas incorporaciones
Artistas: Laxeiro
Tipo de obra: pintura
Comisariado: Javier Pérez Buján
Inauguración: viernes, 17 de marzo, 19h
Clausura: domingo, 23 de julio
Lugar: Fundación Laxeiro. Rúa Policarpo Sanz, 15, 31, Vigo
La Colección permanente de la Fundación Laxeiro / Ayuntamiento de Vigo está formada por sesenta y cinco obras que, en su conjunto, conforman un recorrido por la trayectoria del artista. Estas obras son parte del legado que Laxeiro hizo a la ciudad de Vigo en 1981, que se completa con las doce obras depositadas en el Museo Municipal Quiñones de León.
En los últimos años fueron incorporándose como depósito, obras de coleccionistas particulares que, desde la Fundación Laxeiro, entendíamos que ilustraban aspectos del pintor que estaban poco representados en la Colección. Actualmente son cinco las obras añadidas a la Colección por este canal, una maternidad de los años cuarenta, perteneciente a la época granítica de Laxeiro; un retrato de los años cuarenta también, muy significativo de la faceta de Laxeiro como retratista de encargo; una cabeza de un ahorcado, de la década de los años sesenta, muy significativa de la serie de los ahorcados que Laxeiro pintó en esos años, al parecer, como protesta contra el régimen franquista; una cabeza infantil, también de la misma época, que ejemplifica la manera en que Laxeiro volvió a la estética granítica; y una abstracción de 1993, muy esquemática, titulada Niño pensador, muy representativa de las abstracciones que comenzó a hacer en los años noventa, generalmente con tintas de color sobre papel.
Ahora, Colección permanente, siete nuevas incorporaciones, presenta obras procedentes también de colecciones particulares que, en esta ocasión son cedidas por un período limitado de tiempo, a modo de exposición temporal.
Se trata de piezas que, en algunos casos fueron muy poco expuestas y en otros, de obras que se exponen por primera vez, que abarcan un período que va de 1961 a 1987, es decir, que arrancan en una de las épocas más experimentales del artista, como es el primer lustro de los años sesenta, y culminan ya en su madurez, entrada a década de los años ochenta.
Como ya había sucedido en 2019, cuando se cambió la concepción museográfica de la Colección permanente, Con estas siete incorporaciones que se podrán ver hasta el 23 de julio, la Fundación Laxeiro pretende seguir dinamizando su colección y aportar así novedades y puntos de interés, fiel a la idea de que una colección que está expuesta durante todo el año, no tiene por qué ser sinónimo de estatismo, sino que debe estar viva y buscar continuamente nuevas claves de lectura de la obra de uno de los artistas gallegos más destacados y prolíficos del siglo XX.
OBRAS INCLUIDAS EN LA EXPOSICIÓN

Esta es la primera vez en treinta y ocho años que La barca espacial se puede admirar en una exposición. La última vez que se expuso fue en 1985, en la Bienal de Pontevedra. La barca espacial es una obra magistral que Laxeiro pintó en Buenos Aires, en 1961.
Los años sesenta fueron un período de gran intensidad creativa para Laxeiro, en los que su característica ruptura de la idea de estilo único alcanza uno de los momentos más significativos. En estos años Laxeiro alternaba la experimentación con lenguajes neo-expresionistas, con una figuración a veces onírica y otras veces de carácter esperpéntico, además de jugar con una, cada vez más presente tendencia hacia la abstracción. La obra es uno de sus hitos narrativos, comparable a su célebre Trasmundo de 1946, perteneciente a la Colección Fundación Laxeiro – Ayuntamiento de Vigo, actualmente expuesto en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. La barca espacial es una escena delirante, compuesta de un montón de personajes que ocupan una nave imposible, en una composición excesiva y barroquizante en la que actualiza su capacidad excepcional para la fabulación que caracterizó su producción de los años treinta y cuarenta.

En 1972 hacía poco más de un año que Laxeiro había retornado definitivamente de Buenos Aires y residía entre Lalín, Vigo y Madrid, donde tenía un piso y taller encima del conocido café Gijón.
Pintado en Vigo, la obra nos muestra esa faceta de Laxeiro en la que practica una figuración expresionista, altamente elaborada, propia de quien es ya un artista consumado, con una gran maestría técnica y un discurso muy desarrollado. Humanidad no deja de ser una maternidad, un género que el artista cultivó durante toda su trayectoria y que, en esta ocasión, el pintor nos la ofrece sin ternura, con una solución técnica y estética características de una figuración informalista, muy cultivada por Laxeiro desde mediados de los años cincuenta y que, en la década de los setenta, alcanzaría su madurez como lenguaje, en la amplia producción de nuestro artista.

El Laxeiro fabulador vuelve aquí a hacer acto de presencia, con un tema recurrente en el que Laxeiro evoca el Marquesado da Romea, una tierra imaxinada, un Neverland, un Macondo, un Castroforte de Baralla o un Comala. Un lugar subterráneo, bajo Botos, su aldea natal, donde habitan seres fantásticos y donde José Otero Abeledo encuentra su inspiraciín como Laxeiro. La obra, pintada a finales de 1978, retoma su característico tenebrismo, y las cabezas colgadas, nos remiten a la serie de los ahorcados, que Laxeiro pintó por estos años, como plasmación de la angustia existencial y de la situación política española.

En los años ochenta la obra más gestual y libre de Laxeiro vuelve a experimentar un auge debido al panorama internacional de la pintura que vuelve a interesarse por los neo expresionismos y las artes primitivas. Laxeiro es reivindicado por el grupo Atlántica que, en 1981 le hace un homenaje en forma de exposición, titulada Érase una vez Laxeiro, todo un reconocimiento por parte de la nueva generación de artistas gallegos, a un pintor viejo que supo mantener su independencia y libertad creativa durante toda su vida.
En estos años Laxeiro juega con los pinceles y parece recordar su experiencia de proyectista de vidrieras en la Habana, durante su adolescencia. Su pintura abandona la tercera dimensión, se hace plana y la paleta cromática se llena de luz, como si el viejo pintor estuviera viviendo una segunda juventud. El Laxeiro de los años ochenta, ya consagrado, estabilizado profesionalmente y reconocido, parece jugar con los pinceles y los colores, para facturar una obra lúdica y sin dramatismos, como expresión de quien, al final de su vida, recoge el fruto de su compromiso continuo con la pintura.

Igual que sucede con la obra anterior, este es un claro ejemplo de esa libertad creativa del Laxeiro maduro, en un registro de abstracción al que le da una función narrativa al titularlo Retrato en el reverso del cuadro. Su maestría para la composición le permite hacer gala de esa manera rápido de pintar, fruto de toda una vida dedicado al oficio, pero también, de una actitud en la que la acción de pintar es tan importante como el resultado final. Estas obras abstractas de pequeño formato, ilustran un momento de dominio del oficio sin caer nunca en el manierismo.

Con Gaitero de los vientos, estamos ante otro registro del magistral Laxeiro, lo que podríamos llamar el Laxeiro metafísico que era capaz de producir una figuración de líneas precisas, ya no tan gestuales como en sus registros expresionistas, para crear personajes que son una lección de pintura y de imaginación.
A los setenta y seis años Laxeiro continúa con sus investigaciones y, en esta pieza, conjuga la figuración y el dibujo preciso, con un trazo ágil y una actualización de la imagen descompuesta en planos, característica del Cubismo, pero sin la frialdad analítica de aquel movimiento de principios del siglo XX.

Esta obra cierra el conjunto de nuevas incorporaciones a la Colección permanente, una obra matérica, en la que Laxeiro retoma su técnica de pintado con espátula que tanto había utilizado en los años treinta y cuarenta en su época granítica, en esta ocasión, para plasmar dos personajes, dos anatomías en blanco y negro, en las que vuelve a hacer una acertadísima combinación de códigos expresivos entre la pintura de gesto y la pintura geométrica, sin dejar de ser totalmente reconocible y personal, como sólo sucede con los grandes artistas que son capaces de interiorizar la sensibilidad de su época sin mimetizarse con el entorno.