En efectivo. Amaya González Reyes

12.05.2006 – 17.09.2006

Sala B.
Comisario: Javier Pérez Buján
Proyecto ganador de las Bolsas Fundación Laxeiro a la creación artística, 2005

En efectivo, lejos de ser una sesuda reflexión sobre el poder del dinero, propone más bien una mirada lúdica de este, mediante la sustitución de su valor de cambio por su valor de uso que le permite relativizar su gran potencia simbólica.

Partiendo de esta premisa, En efectivo se compone de diferentes elementos que conforman uno todo, pero que también tienen entidad como piezas independientes. A través de la fotografía, lo vídeo y la instalación, la artista implica al espectador en un entorno a la vez insólito y próximo, provocado por una utilización inusual de un material tan familiar como es el dinero.

En la parte más objetual de la muestra, podemos ver cinco fotografías, cuyo motivo está fomado por grupos de billetes, de los que desarrolla sus posibilidades plásticas através de las texturas, el cromatismo y la composición, consiguiendo resultados de gran interés visual que el título de cada pieza (el importe exacto de los billetes que conforman cada fotografía) se encarga de contextualizar.

Destaca un vídeo que también incide en la recreación estética del dinero, en este caso, utilizando monedas de 10 céntimos que conforman una secuencia en un plano frontal fijo, en el que se ve una serie de columnas de monedas, dispuestas en paralelo, ocupando todo el campo visual y que, poco a poco, se irán desordenando, pasando por diferentes estadios de composición geométrica, para acabar en un caos de apariencia orgánica. Presentado en una pantalla plana de 42 pulgadas, colgada en una pared de 7 metros por 3 de alto, esta obra adquiere un protagonismo considerable, partiendo de una total austeridad formal.

Podemos hablar de una segunda parte, centrada más en la acción y la participación del espectador, que en el objeto. Así, podemos ver otro vídeo, proyectado en una pequeña pantalla, muy cerca del suelo, que registra una acción realizada específicamente para este proyecto. La acción consistió en la venta de dinero a cambio de objetos, en un mercadillo al aire libre. La interacción provocada con la gente de la calle, va conformando de manera espontánea e impevisible, una narratividad muy cercana al género documental, al que se acerca también en el tratamiento formal. Esta pieza se presenta acompañada de objetos reales que formaron parte de la escea, como testigos físicos que priman la importancia de la acción sobre su registro videográfico, razón por la que se proyecta a un tamaño reducido y esquinado, cerca del suelo, quedando dimensionado en una relación de cercanía con el espectador.

La participación del público se hace mucho más directa cuando nos encontramos con una urna de cristal, del tamaño exacto de un billete de 500 euros con una ranura lateral, acompañada de una inscripción en la que se invita al espectador la contribuir al mantenemento del mundo de la arte con una donación económica. Una pequeña ironía sobre la precariedad en la que la mayoría de los artistas e instituciones culturales tienen que trabajar en este país que sin embargo, persigue un fin mucho más lúdico, la composición de una imagen cromática formada por los cantos de los billetes en el interior de la urna, es decir, la confección de una obra “escultórica” en proceso (contando con la participación del público) que no estará terminada hasta la clausura de la muestra.

Si bien esta exposición, por su temática, puede remitirnos a otros artistas que utilizaron el dinero como materia prima (recordemos la acción de Yves Klein tirando al río la mitad del pan de oro que cobraba por su obra, mientras el comprador quemaba su chequera en la orilla del Sena en 1962; Andy Warhol y sus serigrafías, con el símbolo del dólar americano o, a partir de los años ochenta, toda la obra del controvertido J. S. G. Boggs, que lleva más de dos décadas dibujando billetes para cambiarlos, lo que le costó varios disgustos con la justicia y, actualmente, el artista portugués, Nuno Ramalho, de quien pudimos ver en la última edición de ARCO su mariposa con alas hechas con billetes o el brasileño Cildo Meireles que, en 1978, edita la serigrafía titulada Zero dollar y Jac Leirner, quien encuentra en el papel moneda un material con múltiples posibilidades plásticas), no debemos dejarnos engañar por las apariencias. A pesar de su juventud, Amaya ha realizado varios proyectos que priman el carácter relacional del trabajo artístico, independientemente del motivo escogido para llevarlo a cabo, en este caso el dinero, por el origen de esta exposición: la convocatoria de una bolsa con dotación económica.

Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Vigo, Amaya González Reyes desarrolla un trabajo que claramente se sitúa en los parámetros de lo efímero, del gesto, con el que pretende activar resortes que provoquen cambios en el pensamiento del observador, buscando la comunicación como fin principal, independientemente de la naturaleza de la obra y, por supuesto, del objeto artístico que pasa a un segundo plano, siempre subordinado al resultado final. Quizás por esta búsquda de inmediatez, escapa de montajes espectaculares y de presentaciones demasiado elaboradas. Le interesa dejar pistas sobre el proceso, integrar en la obra posibles imperfecciones técnicas, producto de una economía de medios que adopta como fórmula de trabajo, lo que, en su producción audiovisual, la suele llevar a prescindir de la fase de edición, prefiriendo mostrar sus creaciones tal como fueron grabadas y acercando, de este modo, elementos de cercanía y complicidad con el espectador, que los convierte en parte del juego que para ella es el trabajo artístico.

Así, dentro del proyecto colectivo que, con el título Yo museo, pudo verse en MARCO (Museo de Arte Contemporánea de Vigo), Amaya se decidió a coleccionar coleccionistas, realizando un exhaustivo catálogo de personas unidas por esta afición. Recientemente, participó en Pilot: II international art forum, de Londres, con una pieza de video que reunía sus principales constantes creativas, como son la inmediatez, la grabación en tiempo real y la economía de medios y, en 2003, fue seleccionada en el III Premio Auditorio de Galicia con una pieza de vídeo, en la que registraba el proceso de pintado de un mismo motivo por personas diferentes, con la única vía de comunicación del trazado del dibujo sobre la espalda de cada una de ellas, invitando la una reflexión sobre la percepción, la interpretación y la subjetividad.

La obra de Amaya González Reyes nace de un cuestionamento de nuestra relación convencional con las cosas cotidianas, proponiendo nuevas interpretaciones, mediante un tratamiento instrumental de la obra de arte como herramienta de juego.

Por todo esto, podemos encuadrar su trabajo en la tradición del arte neoconceptual que recupera el valor del pensamiento frente al del objeto. Una corriente en la que la artista suele trabajar con diferentes soportes segun las necesidades de cada proyecto, en una búsqueda permanente de complicidad, reivindicando para el arte una función que va más allá de la enunciación, para instalarse en la interrogación que apela al espectador para completar la obra.

El hilo conductor de esta actitud, heredera de ciertos postulados del movimiento Dadá, podríamos iniciarlo en el trabajo del italiano P. Manzzoni y los norteamericanos Dennis Oppenheim y Vito Acconci, el suizo Roman Signer y, más recientemente, el austríaco Erwin Wurm, el mexicano Gabriel Orozco o el brasileño Cildo Meireles (quien también trabajó con dinero en alguna ocasión). Todos ellos autores que cuestionan las convenciones mediante la introducción de cambios en las reglas del juego social y artístico, dirigidos a abrir nuevas formas de relación con el mundo, mediante un arte de acción directa y desdramatizada.

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